Chile: una prueba crítica sobre la desigualdad se avecina
El cambio constitucional podría acercar al país a abordar las causas del malestar social.
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Difícilmente era el futuro que imaginaban los chilenos. Durante su primer mandato como Presidente, en 2011, Sebastián Piñera le había dicho al Financial Times que esperaba que el país pasara de ser un mercado emergente a una nación desarrollada para 2020. Pero, solo unos meses antes de esa meta, los manifestantes convirtieron el centro de Santiago en una zona de guerra, prendiendo fuego a oficinas, estaciones de metro e iglesias en una ola de destrucción que luego dio paso a semanas de tumultuosas protestas.
Los eventos de octubre de 2019, a los que los chilenos se refieren como "el estallido" van a tener consecuencias duraderas para una nación que fue aclamada como una de las historias de éxito de América Latina. Más significativamente, habrá una nueva Constitución. Las elecciones del próximo mes seleccionarán a los delegados a una asamblea constitucional, que pasará cerca de un año redactando una carta magna para reemplazar el documento actual, que data de la dictadura militar del general Augusto Pinochet.
"Es una gran prueba para Chile", dice Felipe Larraín, quien se desempeñó como ministro de Hacienda hasta que dejó el cargo en una reorganización gatillada por las protestas. "¿Somos capaces de avanzar de una manera que no descarrile nuestro camino de desarrollo con... cambios moderados graduales que mejoren el sustento de los chilenos pero no desechen la base que les proporcionan (estos sustentos)?"
Una plétora de candidatos poco conocidos ha creado incertidumbre sobre la probable composición de la asamblea, pero los chilenos que están a favor de un cambio gradual se sienten cómodos con las reglas que estipulan una mayoría de dos tercios para la nueva Constitución.
Juan Pablo Illanes, exdirector de El Mercurio, el principal periódico de Chile, dice que el país parece estar dividido en proporciones aproximadamente iguales entre tres grupos: la centroizquierda y la centroderecha, que han dominado la política desde Pinochet, y la extrema izquierda. "El resultado más probable es que la izquierda tradicional y la derecha tradicional ganen dos tercios entre ellas", dice Illanes.
Esta idea está calmando al lobby empresarial. "Hemos visto una mejora en el estado de ánimo", dice un banquero de Santiago. "En un momento, los padres en los colegios estaban hablando de trasladar a sus familias a Miami. Ahora, parece que habrá un buen grupo de personas moderadas electas que podrán hacerlo... bloquear las cosas que no tienen sentido".
Siempre que la asamblea constituyente no presente grandes sorpresas y el precio del cobre, una exportación clave, se mantenga fuerte, la economía chilena parece estar lista para recuperarse. El FMI espera un crecimiento del PIB del 6,2% este año, suficiente para devolver la producción a los niveles anteriores a la pandemia, y algunos pronosticadores son aún más optimistas.
La recuperación está impulsada por uno de los programas de vacunación más rápidos del mundo y Chile también ha desplegado uno de los paquetes de ayuda Covid-19 más generosos del mundo en desarrollo, con un valor del 10% del PIB en apoyo fiscal directo, según el Ministerio de Hacienda.
Sin embargo, una vez que la pandemia se alivie, es probable que la atención vuelva a las desigualdades y deficiencias en los servicios públicos que desencadenaron el estallido, así como la violencia subsiguiente. Jean-Christophe Salles, CEO para América Latina de la encuestadora Ipsos, dice que el crimen y la violencia son la preocupación principal de la mayoría de los chilenos, por delante de la pobreza y la desigualdad. El coronavirus solo figura en el quinto lugar.
Estos asuntos también dominarán las elecciones presidenciales de noviembre. El multimillonario titular Piñera no puede volver a postularse y, por primera vez en décadas, es probable que los comunistas monten un serio desafío en la forma de Daniel Jadue, alcalde de una comuna de Santiago. "Dijimos que este país era como una olla a presión esperando a explotar, y explotó", dice Camila Vallejo, congresista del Partido Comunista. Señala pensiones inadecuadas, horarios de trabajo excesivos y brechas inaceptablemente grandes entre ricos y pobres como factores que deben cambiar en una revisión del modelo económico.
El milagro económico chileno, que elevó al país de uno de los más pobres de América Latina a uno de los más ricos en cuatro décadas, es para Vallejo "una imagen vendida (en el extranjero) de una parte de Chile, esa parte nacida en una cuna de oro, que siempre fue favorecida por el neoliberalismo".
Pero, incluso si Chile no opta por la extrema izquierda, un presidente populista sigue siendo una clara posibilidad en noviembre. Una política bien evaluada en las primeras encuestas es Pamela Jiles, una expresentadora de televisión que promovió una legislación que permite a los chilenos sacar dinero de sus fondos de pensiones para gastar durante la
pandemia, a pesar de las advertencias de que esto agravaría el problema de las pensiones deficientes.
"El riesgo del populismo no es solo un riesgo, ya está aquí", dice Larraín. "Hemos tenido dos retiros anticipados de fondos del sistema privado de pensiones y un tercero está en camino en el Congreso".
Una ola de populismo o un voto por la extrema izquierda podrían poner patas arriba la reputación de moderación y prudencia de Chile; los electorados en América Latina parecen inusualmente volubles en medio de la pandemia.
Mientras tanto, las conversaciones sobre convertirse en una nación desarrollada han sido reemplazadas por preocupaciones más urgentes: cómo mejorar las pensiones, la educación y la salud, y elevar el nivel de vida de los trabajadores.
"La pandemia dejará muchas fisuras en la sociedad", dice Ignacio Briones, quien se postula a la presidencia por un partido de centro derecha después de un período como ministro de Hacienda. "Hay profundas divisiones (entre ricos y pobres) que deberán abordarse... la única forma de hacerlo es mediante acuerdos negociados".